Rusia ha lanzado una bomba en el tablero geopolítico global al iniciar el envío de gas natural a México, marcando el inicio de una alianza que podría redefinir el panorama energético de América Latina. En un movimiento audaz, Gazprom ha comenzado a transportar gas natural licuado (GNL) hacia puertos mexicanos, con más de 100 embarcaciones programadas para llegar en los próximos dos meses. Este acuerdo, que podría inyectar hasta 10,000 millones de dólares anuales a la economía mexicana, no solo tiene ramificaciones económicas, sino profundas implicancias geopolíticas.

Este giro inesperado ha despertado la furia en Washington, donde el presidente Donald Trump ha calificado de “inaceptable” la presencia de Gazprom en México y ha prometido posibles sanciones adicionales. Mientras tanto, México defiende su soberanía energética y reafirma su derecho a establecer alianzas estratégicas más allá de la influencia estadounidense. La presidenta Claudia Sheinbaum ha dejado claro que el país no se subordinara a presiones externas.

La construcción de una refinería de gas natural en México, respaldada por Gazprom, transformaría al país en un centro de procesamiento y distribución en América Latina. Este proyecto no solo desafía la hegemonía de Estados Unidos en la región, sino que podría alterar el equilibrio energético en el continente, con países como Colombia, Brasil y Argentina ya mostrando interés en importar gas mexicano.

Además, el interés de Rusia en que México se sume al bloque BRICS subraya una intención estratégica de fortalecer su presencia en el hemisferio occidental. Este acuerdo es más que un simple contrato comercial; es una declaración audaz que podría marcar el inicio de un nuevo orden energético, donde México se posiciona como un nodo clave de interconexión entre potencias emergentes. La llegada del gas ruso no solo redefine las relaciones comerciales sino que también promete un cambio radical en el equilibrio de poder en América Latina, desafiando la tradicional dominación de Estados Unidos.